DOMINGO CUARTO DE CUARESMA
CICLO “B”
En estos días nos preparamos para vivir y
celebrar la Pascua con Él y como Él; nos preparamos para celebrar nuestro paso
de la muerte a la vida, del pecado, a la gracia.... Vamos con Él a Jerusalén.
Para seguirlo, para identificarnos con Cristo, nuestro Maestro y Señor, nos
ayuda la Palabra de Dios proclamada.
Hoy la Palabra de Dios nos ha situado ante el gran amor que Dios
nos tiene. Porque sólo seguiremos el camino de Jesús, de conversión hacia la
Pascua, si nos mueve un gran amor y nos sentimos amados. ¿Qué es lo que nos
puede hacer cambiar de vida sino el amor? Sólo el amor es digno de fe. No serán
nuestras programaciones, ni las normas... las que produzcan un cambio, sino el
amor de Dios. Por eso, dejemos que penetren en nuestro corazón las palabras
centrales del Evangelio: “Tanto amó Dios al mundo, a ti, que entregó
a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en Él”.
El amor de Dios tiene un nombre personal: Es Jesucristo. Y este
crucificado y muerto por amor. “Sin Él no podemos hacer nada” Sin Él nuestra conversión, nuestra vida es una
pasión inútil. Es pues preciso que nuestra fe, nuestra vida, sea amorosa; es
decir, que nos convenzamos que para creer y progresar..., necesitamos amar y
dejarnos amar por Dios.
En las lecturas se nos ha
presentado a Dios que “tenia compasión de su pueblo, porque somos obra suya”; ha
querido salvarnos “por su gracia”. “No se
debe a nosotros, sino que es un don de Dios”. Él ha sido el primero en
amarnos, dándose el mismo en su Hijo y atrayéndonos a su comunión.
Ahora sólo falta que nos
aproximemos a su luz. Si sabemos que Cristo es esa luz que necesitamos, ¿por
qué no ir a ella? Dejemos que nos trabaje y vuelva a crearnos de nuevo con la fuerza
de su Espíritu. Pero, ¿cómo? Nos preguntaremos.
Miremos al Hijo, nuestro modelo,... elevado para que todo el que
crea en Él, tenga vida eterna. Miremos
su amor radical a los pobres, pecadores, enfermos, marginados. Hoy, en el
culmen de su amor, clavado, muerto y elevado en la cruz, abandonado de todos,
traicionado... con la tragedia del silencio de Dios, no huye, no se defiende,
no se baja.
Por eso a su lado las personas
cambiaban de vida como Magdalena..., porque se sentían amadas como nadie jamás
las había amado. Como hemos indicado antes, sólo un amor así puede cambiar el
corazón.
Jesús es la medida de nuestro amor, y también su Madre. ¿Seremos
capaces de corresponderle? ¿Tratar de imitarle? Decimos que “amor con amor se paga”. Hoy es un buen día para que revisemos
nuestro amor, sus formas y sus concreciones. ¿Qué calidad tiene nuestro amor?
-
Ante todo nuestro amor a Dios. ¿Es
Él de verdad el primero en nuestra vida? ¿Le damos tiempo? ¿Le expresamos
nuestro amor con oración... con la Eucaristía? En todo nos ha de mover el amor
a Él. Acogiéndolo en las personas que tratamos. ¿Le agradecemos?, ¿le confiamos
nuestros esfuerzos, trabajos, alegrías, penas, y esperanzas ¿ ¿Le amamos de
verdad?
-
¿Y al prójimo? Decía San Juan “si decimos que amamos a Dios, a quien no
vemos, y no amamos al hermano a quien vemos, somos unos mentirosos”. Por
eso, ¿sabemos acoger, escuchar y ayudar a los que nos necesitan? ¿Sólo cuando
nos lo piden?
-
Todos hemos de avanzar en el amor.
Es nuestra asignatura pendiente de aprobar, pues “todo lo cuánto hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a
mí me lo hicisteis”, dice el Señor. Y esto comporta: dar comida, dar
bebida, vestir al desnudo, visitar al enfermo... acoger al forastero. Vivir el
amor de Cristo en la familia, con las amistades, en el trabajo, en la vida
social.
-
Jesús también nos animaba a amar “al
prójimo como a ti mismo”. Lo que presupone que nos amemos a nosotros
mismos. Con un amor sencillo y moderado: aceptándose tal como uno es, acogerse
en las propias debilidades; no desesperar de nosotros mismos... Pues Dios nos
valora, nos quiere tal como somos, nos ama con ternura y humor. No hacerte
daño, valorarte.
-
Este estilo de vida, este
amor a Dios y al prójimo... es posible gracias a que Él nos ama primero y nos
da su amor en los Sacramentos, a través del ministerio sacerdotal.
Pidamos en esta Eucaristía, que
actualiza el amor hasta el extremo de Jesús por los suyos, que Dios Padre nos
haga perfectos en la caridad y que el don del Espíritu Santo que habita en
nosotros purifique y renueve nuestra vida y nuestro amor